Sobre mí

Todo comenzó con un hurto. Mis padres fueron emigrantes en esa Alemania deseada por muchos en los años 60 y que sirvió, con grandes esfuerzos y sacrificios, para retornar con dignidad, esa, la de la misión cumplida, y con unos ahorros suficientes para volver a situarse en esa nueva España que florecía en los 70 y 80.

Un día de exploración, a mis 13 años, por el salón de mi casa y ante unos muebles germánicos robustos, de madera maciza, de unos 2 metros y escalera en mano inicié una búsqueda a ciegas para saciar mi curiosidad. Y la sacié. Jamás había visto algo tan bello e impactante: una cámara fotográfica Minolta SRT303. Aquella visión me dejó fascinado. Mi padre la tenía escondida cual tesoro y yo, cual pirata, iba cuando podía en ausencia de vida humana en mi casa, salvo la mía, claro está, a cogerla entre mis manos y disfrutar de su belleza. No tenía ni la más remota idea de cómo funcionaba aquella cámara, y así seguiría durante algún tiempo. Y así comenzó todo: con un hurto.

Estuve durante más de un año comprando un carrete cada dos semanas, con los ahorros de mi paupérrima paga semanal. Una preciosa y sugestiva caja amarilla que ponía: Kodachrome 64. Mi amigo Enrique, el de la tienda de fotografía, me enseñó cómo se introducía el carrete en la cámara y unas mínimas nociones sobre cómo funcionaba: obturador, diafragma, velocidad, disparador, palanca de arrastre…que solo consiguieron aumentar más mi confusión. Me dijo que cuando se acabara el carrete, al llegar al número 36 y una vez rebobinada la película, se lo volviera a llevar y que en el plazo de una semana volviera a recoger otra caja mágica amarilla repleta de diapositivas blancas con los resultados.

Esa semana se hacía interminable, soñaba con esa caja todas las noches, esperando los resultados de mis frustrados intentos por fotografiar ramas, aceras, casas, cielos, pájaros…Pájaros que yo veía muy cerca al mirar por el visor y después, apenas aparecían cual motas insignificantes en la diapositiva. Y llegaba el día, nunca he vuelto a sentir tanta ilusión, como cuando recogía ese paquete y me lo llevaba a casa para descubrir mis progresos. Y nunca he sentido tanta desilusión, como cuando abría la caja mágica amarilla y prácticamente todas las imágenes salían oscuras, sino negras, o blancas, de un blanco de gran pureza. Pero la pasión ya estaba dentro.

Es tan importante una sola imagen como el conjunto de ellas, además deben de estar interconectadas tanto a nivel visual y cromático, como en la trazabilidad de la historia que quieres contar…

Y pasó el tiempo. Intenté estudiar Bellas Artes para encaminar mi pasión pero no pudo ser. Vivía lejos y la economía familiar no daba para estudios lejanos en otra provincia y todo lo que representaba. Solo tenía un camino: convertirme en fotógrafo autodidacta. Primero descubrí en el quiosco de mi barrio, una colección de “Planeta” para aprender fotografía, ya se sabe, primero aprender la técnica para después olvidarla. Aunque la mejor forma de aprender fotografía, o una de las más sólidas, es mirando fotografías, sin parar. Estudiarlas y hacerte muchas preguntas e intentar resolver cuestiones: ¿cómo ha captado este fotógrafo esa imagen? Analizar la luz, a qué hora hizo la fotografía, con qué objetivo, qué composición ha utilizado, etc.

Por los avatares de la vida, todos los meses viajaba a Almería y un buen día encontré en un quiosco de esos de toda la vida, una revista de tamaño medio, con los bordes amarillos, todo escrito en inglés, menos las fotografías, éstas estaban escritas a través de la mirada, un idioma común que no necesita traductor. Esa revista se llamaba “National Geographic”. Era una revista de importación, norteamericana, muchos años después aparecería la edición española. Llegué a un acuerdo con el quiosquero, me guardaría un ejemplar. Sentía todos los meses una ilusión parecida a cuando iba a recoger las cajas amarillas de Kodachrome, otra vez el amarillo. Se abrió ante mí un mundo de imágenes de diferentes fotógrafos con trabajos impresionantes, la verdad es que demasiado. Me preguntaba cómo podían hacer trabajos tan imponentes y de diferente índole, con imágenes tan sugestivas tanto a nivel individual como en conjunto (fundamental). Con el tiempo descubrí una de esas claves: el tiempo, el tesoro de un fotógrafo.

También descubriría con el tiempo, que es tan importante una sola imagen como el conjunto de ellas y que además, deben de estar interconectadas tanto a nivel visual y cromático, como en la trazabilidad de la historia que quieres contar, porque esa es la clave: contar una historia y sobre todo, saber lo que quieres contar dentro de ella.

Y seguía pasando el tiempo. Conseguí, poco a poco, comenzar a saciar el ego primario de un fotógrafo: publicar. La primera vez que me publicaron una fotografía sentí algo muy especial, como haber llegado primero a la meta, pero no es así, es solo el principio de muchas metas. La cuestión era si estaba en la carrera adecuada. Me di cuenta que no era así. Comencé a publicar en revistas a golpe de insistencia y teléfono y siendo muy pesado. No vivía en Madrid ni en Barcelona, de hecho tenía la sensación de que me hacían un favor cada vez que me publicaban un reportaje. Lo enviaba a la revista, pensando claro está, en sus contenidos no en los míos, y si aceptaban la historia que les había planteado, contrataban a alguien para escribir el texto. Después, cuando salía la revista lo que veía era un reportaje de un periodista o escritor acompañado de mis fotos. Yo pensaba: pero si la historia nace de mí ¿por qué parece lo contrario? Al final era su historia, no la mía. Bueno, pues a los pocos años de esta experiencia, corté. No estaba contando mis historias y me faltaba un tiempo que no tenía.

Mirada personal

Pasé a ser un fotógrafo ermitaño dedicado a mis proyectos personales, sin prisa, sin pausa. Desde ese momento volví a sentir pasión, la había perdido. Eso sí, fue y sigue siendo, un camino largo repleto de grandes satisfacciones y, también, de grandes desasosiegos.

Desde ese momento sentí que fotografiar era para mí, una necesidad. Aunque uno fotografía inicialmente para sí mismo, como el escritor cuando de su pluma nacen las palabras, nada tendría sentido si al final el público no tiene la posibilidad de disfrutar (o no) de las imágenes; ese es su derecho y su privilegio. Gracias a la subjetividad, a la ilusión, a la imaginación, a sensaciones, a un cúmulo de factores: lo que a uno le puede fascinar, a otro le puede parecer indiferente; ¡afortunadamente!

Me costó mucho decidirme a crear una página WEB para mostrar mi trabajo al público, es como mostrar una de mis cajas mágicas amarillas, pero con el poso del tiempo introducido en ellas. Soy tímido por naturaleza, que curioso, ¿verdad? Al final, aquí está y les deseo lo mejor, que disfruten o no, de las historias que les propongo. Yo amo la fotografía, espero contagiarles aunque solo sea un leve suspiro…

Siempre les estaré agradecido, siempre…

Raúl Montanós

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